lunes, 24 de noviembre de 2008

EL ESPEJO DEL ARTE


«Ahora todo es cuesta abajo. El viaje se termina.»
(DILDO DE CONGOST al regresar de Japón)

El Amor y la Muerte comparten un mismo reflejo en el espejo del Arte.

El Arte, como la Naturaleza, es, a los ojos de la sociedad, un crimen sin disculpa, una patología indigerible, una obsesión dañina, una parafilia huérfana de lobbies que la normalicen, un instinto tan básico que avergüenza una y otra vez (en su elemental decoro) a los terminalmente civilizados, un rival (¡justo como la Naturaleza!) que ha de ser domado, mutilado, ocultado o, peor aún, profanado, transformado en mercancía o descategorizado, degradado en anécdota. El Arte es medieval y romántico, es primitivo y siempre heroico, antípoda de comodidades, de cálculos. El Arte es lo contrario del timo, de la postmodernidad, del libertinaje, de la frivolidad, de la opulencia, de la socialización. El Arte, lo más cercano al renacer para los desesperados, es un suicidio aplazado, sublimado en momentos de tal intensidad que sólo pueden entenderse desde la descreación extrema.

El Arte nos deshumaniza (esto es, nos aleja del simio) y, deshumanizándonos, nos ennoblece (esto es, nos acerca al lobo, al águila o a la araña tejedora de destinos).

El Arte une en una misma expresión extrema de concentración y abandono a la compañera del samurai y a la guitarrista de Vermeer. Lo dicho, un mismo reflejo.



fotograma del film EL RITO DEL AMOR Y LA MUERTE (Yukio Mishima)


instantánea de una actuación en la sala SOL en enero de 2007 (Casilda D. Mente)

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