lunes, 19 de enero de 2009

AMOR, AMORK, AMOK




En estos últimos años, primeros del nuevo milenio (a partir de que Sharon, con su energuménica presidencia –¿dije energuménica?... perdón, quise decir expeditiva, según el libro de estilo de eufemismos obligados si se ¿critica? a Israel desde una perspectiva... democrática, liberalprogresista, ajena en lo absoluto a la acusación nefanda de yihadismo o, ¡más nefanda aún!, de antisemitismo-, dio otra vuelta de tuerca al destino manifiesto israelí, día a día más indisimuladamente vindicador de la anhelada solución final), he descubierto (como Peter Finch en NETWORK con el asunto de las corporaciones tras su charleta/trance con el megaboss de la cadena) mi amor por Israel.

Amo a Israel, en primer lugar, por hacer lo que hace (y por hacerlo P-O-R-Q-U-E P-U-E-D-E –la única frase con enjundia de aquel film truculento y pseudomoralista, ASESINATO EN 8 MM-, con el amplio margen de impunidad que le da el mundo calificado como democrático, donde una crítica a Israel no pasa de reprimenda, pues no se puede criticar más allá de lo eufemístico a quien, tanto ética como económica como políticamente, te tiene cogido por los cataplines y demuestra a cada momento ser objetivamente –esa objetividad darwiniana/schmittiana que implica la base misma del poder- más fuerte y motivado que cualquier otra entidad occidental –un buen amigo mío, tras una semana transcurrida entre Jerusalén y Tel Aviv allá por junio del 2008, me hizo partícipe de esa paradójica mezcla de admiración y repulsa que le produjo lo que vio durante su breve estancia, admiración y repulsa que nos retrotrae directamente al Drieu de paso por Alemania en los años 30, a Sartre en sus sadomasoquistas relaciones con la URSS o a las contradictorias impresiones que llevarían a Ayn Rand a hacerse ciudadana usaca a la vez que una de sus más encarnizadas críticas, admiración y repulsa que sólo pueden inspirar países superpoderosos, en perenne movilización y crecimiento, concitadores de fuertes emociones a favor o en contra, inasequibles al desprecio/tedio de quien los visita).

Amo a Israel por, como ya dije, ejercer su destino manifiesto sin recato (el recato es la auténtica obscenidad –si se ha de matar, de humillar, de esclavizar, hágase mejor a la luz del día, pasando cada vez más de coartadas, a la rhodesiana, siguiendo el troquel de Josué y otros caudillos hebreos en las gestas más hemoglobínicamente gloriosas de la epopeya veterotestamentaria-) validando tacita a tacita para la gran masa silente (ciberalienada en sus pedorretas de SMS –con eso ya ¿cumplen? su tarea crítica: pero tal vez, en un plazo no muy largo, su rabia vaya a más y, por tanto, a mejor-) las denuncias de una Simone Weil o de un Roger Garaudy (denuncias siempre asordinadas, siempre discutidas, siempre minusvaloradas frente al clamoroso, decibélico estruendo del chantaje victimista –gracias, por supuesto, a la inestimable ayuda boomerang de los delirios supremacistas blancos y de las devociones descerebradas al tío Adolf, padrino oficioso pero indiscutible del estado de Israel, tanto por los oscuros affairs entre nazismo y sionismo en vida del régimen pardo como por la maquiavélica utilización en los años posteriores de la memoria del Holocausto-como-deuda-impagable que unciría a Occidente de manera irreversible a los intereses de la nueva entidad colonialista en Palestina-) o la performance (siniestra e indignante en la forma, desde una perspectiva meramente emocional, pero profundamente moral en sus motivaciones últimas) de Jacques Vergés asumiendo la defensa de Klaus Barbie (no hace mucho, se estrenó un documental sobre este controvertido sujeto –no lo he visto aún, aunque recientemente un antiguo seguidor corazonesco reapareció tras una década larga de desconexión sólo para recomendármelo por considerar que, en el film, el carisma y razones del monstruo superan y anulan la moralina condenatoria, cada vez más desprovista de autoridad por los acontecimientos, propiciada por sus realizadores-).

Amo a Israel por ganarse, con cada nuevo bombardeo y masacre colateral, a esas ovejas perdidas por exceso de ambición terrenal (al protagonista de EL CREYENTE -la única historia sobre cabezas rapadas que raya en lo profundo y trasciende el panfleto conformista- o al venerable y oscuro Jacob Frank –profeta dieciochesco del impulso sionista como pesadilla capaz de asimilar y superar a sus verdugos: algo frecuente, ya lo dijo SW, en la longeva y variable renta histórica de Israel-).

Amo a Israel por acercar (como sólo habría sido posible en los mágicos y luciféricos 70) al palestino de a pie con el occidental de a pie (todos unidos por la misma crispación visceral, más que contra Israel, contra quienes permiten a Israel actuar con tal impunidad: hela ahí la razón supina de que las acciones con la firma Al Qaeda, coherentes con su aspiración maximalista a foco alamútico planetario, vayan dirigidas a países cómplices de Israel y no a éste directamente). Claro que ha de entenderse quiénes son los occidentales de a pie: no los sobornados (ya sabéis, los adeptos al ya mentado libro de estilo), no los colabos (amo a Albiac por escribir sobre el conflicto de Oriente Próximo con el mismo entusiasmo colaboracionista con que lo hacía su quasi consonante Brasillach en JE SUIS PARTOUT sobre realidades de poder y humillación no muy diversas), no los pacifistas (oh, el pacifismo de los 30, tan condenado por la izquierda blandiboba que jamás pensará tomar con Israel las medidas que DEMOCRATAS-QUE-TE-CAGAS como Clinton, Solana o aquel ministro alemán de los ecopacifistas Grünnen tomaron con Serbia en la primavera del 99 con el aplauso de la quintaesencia pacifista y libertaria del mundo, o sea, Pannella y sus pagliacci del Partito Radicale –y ya no digamos, repetir la coalición militar iniciada en el 39 contra el hitlerismo por un quítame allá Polonia cuando habían tragado previamente, en reflejo hoy tan vigente de negociar, lamentarse y marear la perdiz, con Checoslovaquia y Austria-), no los escapistas (“mientras yo mantenga mi cabalgata en Chueca, mis homobodas, mis guarreridas satiríacas, mis erudiciones pajeras sobre toda clase de bagatelas psicotrónicas en los blogs, mis trolleces en SMS, mis adicciones al fulbol, la telebasura y las matrimoniadas de Tele 5, que arda el mundo, que me la pela”)...

Amo a Israel SOBRE TODO (¡Sharon, bendito seas!) por (repitiendo -con alucinada identificación supremacista- los errores de Hitler sobre los infrahombres eslavos tras la invasión de la URSS), educar a sangre y fuego a los palestinos en la no claudicación, en la no petainización, en no seguir la vía de la despótica y cobarde (perdón, pragmática y realista, según el libro de estilo) camarilla egipcia, en no sentirse cómodos como títeres del ocupante, en preferir el rigor de Numancia al envenenado y cutre confort de un bantustan.

Amo a Israel por ser (una vez más, como tantas otras en su interminable y rollercoasteriana saga de variable renta histórica) lo que es: el principal enemigo de sí mismo, el mejor y más definitivo de los revisionistas (al ensuciar y relativizar, con sus excesos predadores en las épocas de apogeo, los sufrimientos habidos en las épocas de cautiverio y holocausto).

Amo a Israel por ser, en resumen y ni más ni menos, más descarnada y radiográficamente que cualquier otra, despojándose voluntariamente (por pura y ciega prepotencia terminal) de todo su guardarropa virtual de espejismos morales y coartadas victimistas, UNA DEMOCRACIA. Lo es desde aquella frase, quintaesencia del destino manifiesto asumido en asamblea enfervorizada: “caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.

Amo. Amo a Israel como lo haría Sorel, como lo hizo mi amigo aquella semana del 2008, desde la ironía y desde la empatía, desde la admiración y desde la repulsa, desde mi respeto a todos los extremos y mi repugnancia por todas las tibiezas, las abulias, los pensamientos débiles, lo light, las zonas grises, la conformidad con el mal menor (que siempre acaba por ser el peor: sólo tras el predominio de éste puede atisbarse la sombra de la extinción).
Estoy lleno de amor, amork, amok (con K).




BENDITA SINCRONICIDAD (UNA VEZ MAS, JUNG EX MACHINA JUEGA CONMIGO) // Tras haber dejado reposar este texto y salir un rato a orearme, a la altura de Cuzco, justo subiendo las escaleras del Metro, en un anuncio de rebajas protagonizado por Patricia Conde me topé con la ahora mismo frecuente pintada subterránea “ISRAEL GENOCIDA” dispuesta de un modo especialmente malicioso: las dos palabras flanqueaban, por arriba y por abajo, un fragmento del cartel escrito en tipografía pseudomanuscrita de tal modo que, con bastante tino por parte del grafitero, se acababa leyendo como obra de la misma mano “ISRAEL ¡POR FIN! GENOCIDA”. La verdad, desde aquellas pintadas lisboetas que tanto me fascinaron por su enjundia la pasada primavera, no había vuelto a disfrutar del arte callejero con veleidades pensantes (esa avis tan rara en un mundo donde el ingenio se considera poco menos que desestabilizador y sólo se recompensa la estupidez y el lugar común).

9 comentarios:

Unknown dijo...

Caramba, Zurdo, no te había leído pero tuvimos una pensada similar

yo también amo(k) Israel, por eso tiemblo, y me emborracho a menudo, y participo en tibias manifestaciones gritándole asesino al Dios del Dinero, y comparto mi grito con hermosos jóvenes y nínfulas hermosísimas, magrebíes alegres de duro rostro, y por todo esto tal vez acabo escribiendo así:

"PALESTINA


si son tus tetas audaces las de
siempre las de siempre en las puntas
de la lengua los ojos niños en los
senos de las barcas la sal lechosa de
los peces (las heridas) voladores –lo ignoro— si son
misiles con las cabezas abiertas
asomando el racimo de la pólvora manida
tras la blusa la tímida cera cae sobre
el mástil erecto el perfecto
juguete de la envidia de la mano
infantil para todo y todo siempre
en domingo ante tus
ojos y tenerlas en horrenda
simetría abajo tetas de un dibujo
tan hermoso arriba el cielo de
mecánicas esquinas por donde
vehementes proyectiles se derraman
matando de costumbre las imágenes
ficticias: unos niños muertos
de la boca negra envueltos en banderas malcosidas
expuestos al cielo de la boca
de los televidentes que se les llena
de dientes la cocaína
navideña el pezón pasado todavía
la vida halagüeña de todavía estar
pensando en el apóstrofe de tus tetas
conmovidas en la retina un niño
no tiene piernas lanza una piedra
contra una altísima atalaya un soldado
se ríe bustos parlantes y más
anuncios institucionales mande
un dinero etcétera etcétera rebajas

el zurdo dijo...

Yo sólo bebo en las comidas cuando estoy en compañía grata y cordial (lo de beber solo me deprime y me suena a escandinavo presuicida, aparte de que la única vez que lo hice -allá por el 95 o 96, una jarra entera de vino caliente, según la receta del libro de cocina de la Sección Femenina, una nochevieja siesa y sin compaña- acabé potando).
En cuanto a las manifas, como todos los simulacros en general, no creo que hagan temblar a Israel, al menos tal como se celebran en Occidente (nunca nadie se manifestará en Occidente contra Israel con el brío con que los abertzales lo hacen contra los "españoles" o como los obreros de astilleros gijonenses lo hacen contra quienes los reconvierten... ya sabes, el modelo GANGS OF NY, de "hasta aquí hemos llegao".
Lo mismo, si esto ocurriese, podría tomarme mínimamente en serio las protestas occidentales contra Israel.

wall-e dijo...

Lo de Israel vs. Palestina da que pensar... Decididamente, el apasionamiento ante ciertos hechos, defender aquello que se cree (injusto o no) con calor y tesón, con ardiente arrebato, origina entre muchas personas una suerte de rechazo instintivo, de amenada oscura, no sólo por la forma de discutir, sino por la cosa misma que se defiende, reclama o denuncia. En esas ocasiones, cuando la persona apasionada por la causa propia siente que hay hechos probados que están siendo tergiversados por la otra parte, y si la desmesura de la mentira ante la que se encuentra deja a esa persona al borde del grito, del clamor ante lo escandaloso o desvergonzado del argumento contrario, o incluso contribuye a desbaratar su capacidad argumentativa, esa persona está siendo derrotada en la controversia no por su falta de verdad, sino por la sangre fría de la otra parte, que vierte cínicamente argumentos falsos; pero sobre todo está siendo derrotada por la condescendencia y la falta de carácter de la instancia de poder ante la que se dirime el asunto, por la falsa ecuanimidad de esta tercera parte, ante la que se discute la cuestión, y que, ya se ha dicho, se siente más cómoda con la serenidad del mentiroso que con la apasionada reivindicación del justo. Lo cual, por cierto, descompondrá más aún a este último y aumentará la mala suerte de su causa. Por eso es más culpable a veces la falta de pasión en la defensa de aquello que merece claramente ser defendido, e incluso la falta de coraje para tratar de determinar la validez o no de cada argumento, manchando incluso la impoluta apariencia de virtud que el silencio pusilánime otorga. No se puede reivindicar de manera universal el centro como equidistando de dos errores extremos, porque a veces uno de los extremos atesora cínicamente toda o gran parte de mentira, y ante eso no hay centro posible que no sea una deleznable manera de evitar el compromiso con el descubrimiento de lo que de verdad pueda ser descubierto en cada parte de la contienda.

¡cuánta razón tienes, zurdo!

el zurdo dijo...

Creo en el equilibrio de poder entre los extremos, en un mundo basado en el respeto y el temor al Otro (cuando Nixon viaja a China y a la URSS reconociendo explícitamente el equilibrio de superpoderes y que va a haber China y Rusia para rato, realiza uno de los actos más lúcidos jamás acometidos por un mandatario occidental).
Los palestinos no se extinguirán porque Israel haya matado ahora a 1500, como tampoco Rusia murió en octubre del 93 cuando 1000 personas murieron a causa de los bombardeos de Yeltsin contra la Duma (por cierto, entonces nadie en Occidente protestó contra esas muertes). Hoy Rusia escupe sobre la memoria de Yeltsin, recupera la memoria de Stalin y se halla en una situación de tablas con Occidente y torciéndole el brazo a Europa con el tema de la energía.
Palestina está más viva que nunca e Israel, como Occidente en general, actúa de manera ciegamente cortoplacista. Formalmente, recuerda pasados errores cometidos por Hitler en su ataque a los eslavos, pero hay una diferencia: Hitler (como bien denunció Dalí a comienzos de los 30) deseaba mórbidamente su propia destrucción (en compañía de todo el planeta, a ser posible). Israel es el paradigma, como buena creación judía, de la supervivencia a toda costa (esto es, la antimateria de las pulsiones hitlerianas): cuando, en nombre de la supervivencia y gozando de tal superioridad militar, se actúa tan desatinadamente, es que se están perdiendo mucho los papeles. La proverbial inteligencia judía parece fallar en estos días. Hay algo trágico en la negativa israelí de aceptar a los palestinos como un enemigo en igualdad de condiciones (Serbia, sólo hace una década, cayó en ese mismo error con sus adversarios y lo acabó pagando caro).
Hasta que no surja un Nixon israelí capaz de dar el gran paso de aceptar un equilibrio con los palestinos basado en el respeto/temor al enemigo y no en considerarlos como alimañas, quien tendrá cada día menos futuro ante sí no será Palestina (por muchos muertos sobre la mesa -también podría recordarse a Vietnam-) sino su verdugo.

Unknown dijo...

"Mi cuerpo puede tener miedo, yo no", confesaba un nazi, orgulloso de su culpa, antes de que lo ejecutaran en un cuento de Borges. Tal vez, Israel, centinela agria del Oxidente, avanzadilla colonialista tan similar a boyeros holandeses mudados a Sudáfrica y a los perseguidos agricultores puritanos en las colonias norteamericanas, también desee su muerte. Tal vez estén deseando admitir que les salió trunca la jugada y que están locos por desfallecer, morir hollando. Que vieron de cerca, cara a cara, tras la verja, el aliento de los Otros, gentes también de Ese Libro Continuado, y que la única manera de reconocerlos y de hermanárselos era librarse de ellos, masacrándolos. Que Esos Otros eran de verdad los semitas, los cananeos, ellos, el David, Salomón y la Judith con toda su estirpe coja y babilónica. Que ya no podían vivirse con la florida primavera de la paranoia, encañonando el aire justiciero, siendo a un mismo tiempo ángeles mensajeros sodomizados y estatuas de sal. "Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno". Así deseaba su buena muerte fértil el hombre blanco, derramando su último semen explosivo, deleitándose en su tecnológica depravación, escupiendo fuego y señalando al horizonte proclamando gozosos "Israel, por fin, culpable", "Ellos son Israel, por fin, los Otros, Ellos". Y también aquí en esa guerra estábamos, tan cercita que casi una se siente mezquina, estéril, jugando con estas palabras.

el zurdo dijo...

Pues lo mismo, pero, incluso así, introyectándose al tío Adolf todo entero (gotterdammerung incluido), prefiero a Israel en su(s) día(s) de furia kurtziana al inacabable limbo de ZP, esa innoble y emasculada (por afeitada de cuerna, por amagar y no dar) caricatura del reinado de Heliogábalo, donde lo que en el sirio fue desafío anárquico a un imperio en decadencia aquí sólo es simulacro cobarde y dubitativo, lleno de rectificaciones y de pedorretas ineptas.
Si un Nixon israelí podría lograr la paz desde el respeto a partir de los principios de la coexistencia, un ZP israelí envolvería a judíos y árabes en su abrazo pirulético y blandibobo hasta hacerles perder sus señas de identidad (seguramente, jugando a una falsa exacerbación identitaria demagógica y plutólatra, como aquí ocurre) en una abulia generalizada. Entre las escenas sangrientas pero llenas de vida y de asunción de destinos que hemos presenciado en las últimas semanas y un panorama huxleyano/bradburyano en que tanto Gaza como Tel Aviv se hermanasen en la común adicción a Cantizano, a GH y a ESCENAS DE MATRIMONIO, me quedo con lo primero. Hay algo peor que la muerte, la esclavitud feliz de los oprimidos y la buena conciencia por decreto y sin demasiadas consecuencias prácticas (más allá del gesto inicial y la foto limosnera) de los opresores.

servet dijo...

Yo también creo en el equilibrio de poder entre los extremos, pero de un poder, que, a pesar del simuacro, siga teniendo algo de prometeico en el avatar de quien se enfrenta al poder, (algunas rebeliones salen bien baratas, y hasta resultan sospechosas por los beneficios que aportan al rebelde) y sostiene su convicción sin amenazar a nadie, sólo proclamando libros y blandiendo ideas; y que se sepa, ni los unos ni las otras matan por sí solas. Quiero decir, esto es así, y cada vez más, Zurdo. Cierta clase de personas, por no decir todas, al adquirir alguna relevancia o grado de responsabilidad, de mando, de poder, en suma, adoptan una actitud de estudiada prudencia ante cualquier conflicto que requiera una definición o toma de partido. Ello es, en principio, una muestra de serenidad y de buen criterio, y seguramente por el prestigio de estas dos virtudes es por lo que se arropan con las tales para evitar una apariencia de parcialidad ante uno u otro de los contendientes ante cualquier litigio. Sería, por decirlo así, una de esas actitudes derivadas del lugar común que habla del centro como ubicación perfecta para evitar las cosas que ciegan el buen juicio. Pero no sólo eso. Además, esta manera de actuar otorga una especie de pretendida superioridad ante los contendientes, que resultarían menos atractivos por su confesada pasión al defender desde su parte extrema la razón entera en el litigio. Ese egoísmo indisimulado, que acompaña de suyo a cualquier argumento, resulta menos estético, y a veces, la actitud ante situaciones de conflicto es sobre todo una cuestión estética. De estética y de discreción ante el horror.

servet dijo...

O sea, no siempre está tan mal ser rebelde; a veces ayuda a sacudirse la molicie del excesivo acomodo, ese “caos febril de la modorra” que deslizaba Valle en uno de sus versos. Ahora bien, si totalitario es ahora tanto el pensamiento cristiano ortodoxo como la reforma (otra ortodoxia no menos cruel, llegado el caso), como el pensamiento musulmán, no cabe luchar ya ante ningún fanatismo con otro de signo distinto pero de igual furia. Sólo queda saludar lo saludable de alguna actitud, sin dejar de advertir sobre el hecho de que acaso no necesitemos héroes ejemplares, de los que ya andamos bien surtidos, sino ocasión para pensar las cosas a las luces nuevas de lo mejor que vaya produciendo la (humanidad)...

el zurdo dijo...

Me quedo con Drieu y su fobia al noli me tangere en cuestión de tomas de postura, porque todo nos resulte demasiado "crudo" (ya se ha jugado a eso con el lightcismo postmoderno y el pensiero debole y sólo ha servido como ejercicio de hipocresía y de autocomplacencia con que algunos pseudoinquietorros de Occidente se recrean en poseer el lujo -¡uno más!- de una sensibilidad superior al resto de "bárbaros y malas bestias" -parafraseando aquel dicho sobre Jean Paul Sartre y Raymond Aron, prefiero equivocarme con Sorel y con el Nixon de la realpolitik, y, por supuesto, con Drieu, que acertar con ZP y su política de simulacros y amagos tan aplaudida lógicamente por payasos y comicastros-).
Y me congratulo de que entremos poco a poco en una época más cercana a los 70, donde las guerrillas recuperen el terreno que les han robado las ONGs durante la postmodernidad, donde el espíritu de justicia (que es siempre crudo y filoso como la guillotina) se imponga sobre el exhibicionismo de las caridades.
No quiero ser "santa", quiero ser yo, y mi yo siempre estará más cerca de la envidia machadiana por Líster reflejada en el verso "si mi pluma valiera tu pistola".
La única paz posible (si hablamos de un estado de cosas con menos gente matándose entre sí pero sin tener que vender el alma y la dignidad a cambio en una permanente bufonería) será la del equilibrio entre poderes, comandada (a ser posible) por gobernantes o aspirantes a ello capaces de asumir en su corazón a todo el espectro de sus paisanos (en España sólo se me ocurren dos nombres, Suárez y Anguita), no sólo a la secta o a la camarilla (Nixon fue grande cuando inició su realpolitik de deshielo hacia los superpoderes comunistas no por esto sino por todo lo contrario -que también me vale a efectos prácticos aunque resulte menos estético y éticamente inferior-, por no confiar en nadie y, por tanto, sentirse completamente solo en su torre de poder, inasequible incluso a sectas o camarillas, responsable sólo -otra paráfrasis- ante sus demonios y ante la Historia).