jueves, 1 de octubre de 2009

LEIDO EN LA CANICULA 6


LA CIUDAD Y EL PILAR DE SAL (Gore Vidal)

Libro el más remoto y el más cercano para cerrar esta canícula tardía. Que me atañe hasta la médula y no me atañe en absoluto. La Otra Mitad especular, homoerótica, que tanto obsesiona a Gore Vidal la comprendo, me cabe, me encaja hasta el último ápice, hasta la empuñadura, pero no como la expresa el autor, con ese género ni con esa realidad (y la empuñadura no fálica sino clitoridiana). Bob Ford, en mi caso, no existe salvo como posibilidad y, además, es una mujer, la Mujer. Mujer pero no polo sino espejo (espejo oscuro, radiográfico –radiografía del ánimo, de mis interiores más inaprensibles-). Mujer y efebo (si pienso en aquellos momentos no consumados, tan sólo esbozados, que acabarían pocos años más tarde dando lugar al PARA TI, quizás el vínculo con la arcadia que representa Bob Ford sea más exacto, más literal, sin tornavueltas moebianas). Pero ese efebo (cuyo rostro parecía intercambiarse ante mis ojos con el de Veronique Sanson en la época de su primer álbum -como aquel imberbe condiscípulo de gafas y aire corvino no mucho antes me había hecho fetichista de esa prótesis en tantos futuros rostros femeninos-) fue menos categoría que reflejo, a su manera perversa y polimorfa, inacabada en su dulce indefinición (tan indefinida como esos escasos varones adultos, maternales en su justo punto, cuya atracción puedo reducir a una sola muestra paradigmática, el Burt Lancaster de CONFIDENCIAS arropando a un Helmut Berger malherido), de mi Bob Ford primordial, transexuado, de diosas poco femeninas según los cánones (por su mucho pelear o su mucho cavilar y su nulo tiempo para el maquillaje –salvo que éste supusiese también una lid profundamente premeditada, sin sombra de rutina, mimada a la categoría de Arte-), diosas que serían también Ligeia, y Madame Hydra, para acabar por resumirse en la Lilith de cabellos de Tiempo que conocí tan profundamente antes de tener conocimiento... Jim Willard no encaja en ningún nicho anómalo, en ningún tópico jocoso, es más bien aburrido por su dificultad para el etiquetaje. Su reserva es constante y su peripecia le lleva (en su condición de estatua de sal, rehén de un paraíso pubescente más pleno de fantasías exploratorias y polimorfos frottages que de rutinarias certezas abocadas al consabido y mecánico taladro) a relaciones con algo de frigidez emocional (en su falta de entendimiento con la sarta de circunstanciales otredades), peregrinando pasiva/agresivamente sin final feliz, en pos de una vuelta a ese momento que nunca ha de repetirse. En mi caso, como ese momento nunca existió (ni siquiera como autoengaño a deux) en el plano real, tengo pleno derecho a continuar persiguiéndolo, a equivocarme, a ilusionarme equivocándome. Bob Lilith seguirá, eterna, femenina, antes, después que yo. Espejo de paradojas.




«...Estaba de nuevo junto a un río, consciente por fin de que el objetivo de los ríos es desembocar en el mar. Nada cambia jamás. Pero nada de lo que existe puede volver a ser igual que antes...» (frases pertenecientes al párrafo final del relato)

3 comentarios:

paisajescritos dijo...

Los veranos se llenan de pérdidas, Fernando. Una nube ayer rompió mi cielo insular. Es mi luto, que comparto contigo.

el zurdo dijo...

La verdad, GV nunca supuso como escritor para mí lo que Truman Capote, su rival y archienemigo (no he leído sus obras históricas, sólo esta novela y sus memorias, frente a la bibliografía completa de Capote -salvo PLEGARIAS... que no tengo
un especial interés, por lo que me presupongo me encontraré- en la que hallo siempre momentos y momentos de gran deleite o de mórboso vértigo -A SANGRE FRIA-). Me fascinaba en parte su figura y su apolínea manera de enfocar la homofilia, completamente opuesta al repelente perfil público de TC. Cuando leí el libro que da pie a la entrada, me sirvió (creo que lo dejo bien claro) como tocaya proustiana tuya para meditar sobre cosas mías del deseo y tal y tal.

CAYO_JULIO dijo...

La novela: "Juliano el apóstata" es magnífica, retrata una superioridad del paganimso heliocéntrico sobre esa religión venida del oriente.