lunes, 14 de junio de 2010

ELENA ESO

(continuación de la serie iniciada en EL PUNTO Z)

«Elena Eso, como “amén a eso”», así me dijo su representante (un sujeto de aire hebraico –mejor dicho, con aspecto de muñeco de ventrílocuo que exagerase rasgos hebraicos: calva hornada con una diadema de rizos entre Punset y el señor Pignon de LA CENA DE LOS IDIOTAS, ojos saltones y entornados muy similares a cierto malvado de una de las películas anticomunistas que interpretó Paul Newman a mediados de los 60, nariz bulbosa más aguileña que respingona y labios gruesos y grandes, con un punto savateriano en su sonrisa batracia- que yo asocié con aquellos actores de teatro rojeras que solían intervenir en BARRIO SESAMO).

Estábamos en una soleadísima plaza de pueblo rodeada de soportales (se me vienen a la memoria los nombres de Chinchón, Ciudad Rodrigo y Trujillo, aunque no sé muy bien si por un remix que hace mi mente de la vez que LA MODE pasó por la localidad extremeña y se atracó de un barreño de cordero con ensalada, de aquel añejo visionado de ASIGNATURA PENDIENTE y de flashes de espacios documentales en canales locales de tv sobre pueblos de la comunidad de Madrid: eso sí, el representante me dijo que su pupila era de Salamanca y se supone que estábamos en esa provincia para asistir a un concierto suyo con ocasión de las fiestas del pueblo).

Había una parte de la plaza delimitada con barricadas de madera porque por ahí iba a desembocar un encierro de vacas bravas. La cháchara del representante se vio interrumpida por dos chavalitos que se disputaban mis favores (querían que les tatuase un autógrafo en salva sea la parte) a bofetada limpia (no tenían nada de rústico en sus trazas: parecían hermanos menores del efebo que me inspiró el PARA TI, con algo británico en su agresiva delicadeza, como sacados de una merienda concebida por Enid Blyton). Tuve que poner orden recogiéndolos bajo mis alas, en impremeditada imitación de la famosa secuencia de FREAKS, y ellos hicieron las paces usando mi cuerpo a guisa de Camp David.

Con los sobacos acariciados por los bucles de la chavalería, yo me sentía pletórico, en plena epifanía, y me dejaba arrullar por la verborrea promocional del representante. Empecé a elucubrar sobre su protegida: ¿tendría algo que ver con Kikí D’ Akí (de origen salmantino, si la memoria no me falla)? ¿o más bien se parecería a cierta cantautora castellana de aspecto corvino, Myriam de Riu, que tuvo su breve momento de gloria allá por la Transición, cuando el padre de Jaime y Guiller era precisamente gobernador civil de Salamanca? Todas estas preguntas me llevaban a pensar, todavía dentro del sueño, que aquello era un sueño y mi mente parecía buscar los motivos de haber elegido Salamanca como microcosmos. A medida que tomaba conciencia de la irrealidad de la situación, los efebos que cobijaba entre mis brazos se degradaron en haces de rastrojos lacerándome la piel y el representante se volvió totalmente muñeco de ventrílocuo y, al no tener quien lo accionara, se quedó quieto con la mirada perdida y la boca entreabierta. Entonces comprendí que nunca conocería a Elena Eso y que, en realidad, me encontraba en el pueblo de las muñecas de cera que Ramón describe en su novela GUSTAVO EL INCONGRUENTE.

La epifanía se trocó en soledad, la luminosidad se volvió penumbra y me desperté.






martes, 1 de junio de 2010

HIJA DE LA DULZURA

(continuación de la serie iniciada en EL PUNTO Z)

[El luminarca Juanjo Seixas, ausente tanto tiempo de este blog (ausencia que sólo está en su mano redimir –tú mismo, Juanjo, ésta es tu casa: como verás, cada vez más diversamente habitada-), de pronto reapareció hace unas semanas por mi vida en forma de regalo, más concretamente en forma de una novela mística, misteriosa, mixtificadora (como su autor, César González Ruano, y como los paisajes en que se desarrolla), editada (atención, Bárbara...) por ese librero Bergua que tan anacrónico resulta hoy, en plena profanación industrial del negro sobre blanco. Yo nunca he sido muy amigo de las tierras moras (sólo Burroughs adaptado por Cronenberg, en su impremeditada versión libre de EL CIELO PROTECTOR que fue EL ALMUERZO DESNUDO, me había hecho interesarme por esos ambientes abigarrados, mayormente usando como vehículo a ese cadáver disfrazado de actriz que atiende por Judy Davis –como lo único que me haría sentirme a gusto en los trópicos no sería ningún idiota lugar común sobre Curro y el Caribe sino la calva llorona de sudores del teniente Kurtz en pleno corazón de Angkor-) pero CGR logra implicarme, con una visión alucinante y alucinada (tórrida y hórridamente magmática en su descripción minuciosa hasta la neurastenia de la lucha constante entre el autocontrol y el vértigo ante lo que nos tienta –Mario, el joven alemán protagonista, nos hace evocar en algún momento al Jünger aún bisoño de JUEGOS AFRICANOS-) anticipadora del Burroughs de Interzona, tributaria tangencialmente de T.E. Lawrence pero también oteadora de un Scorsese con guión de Schrader (qué espléndida versión de esta CIRCE podrían haber hecho). Mi eterna devoción por la prostitución como misterio sacro, asistencial y esclarecedor (esto es, antimateria de lo que hoy en Occidente se entiende por prostitución –excepciones salvas que puedan recordar a la santa sin derecho a canonización que Elizabeth Shue encarnaba en LEAVING LAS VEGAS-) es satisfecha plenamente en esta novela con la semblanza doblemente conmovedora (porque conmueve y conmociona) de las Hijas de la Dulzura (especialmente, de la protagonista, Ifrikya, criatura sin tiempo en su edad auroral –con algo de la vampirita Eli glosada hace poco en este mismo blog- a quien imagino como a la ciberdiosa Dayanna cuyos reojos prionizados ilustran esta entrada y cuyo retrato en exclusiva no creo haga nunca porque ya lo ha hecho Ruano hablando de otra y, sin embargo, la misma-). También ese peso fatal y nunca lo bastante agotador que supone Lo Femenino y que llevo en estos meses elucidando en ese libro que preparo con las fotógrafas Inma Varandela y Carmen Hierro, ese peso ya lo cargó antes con gozo de dislocado via crucis el monstruoso CGR. De monstruo a monstruo (lo único decente que se puede ser en épocas donde la castración de horizontes es la norma), gracias, César. Y gracias, Juanjo, por ser el puente que me ha hecho amar a... Africa.]



«Una noche soñó que ella no era sino una herida enorme, y que desaparecía por aquella herida, sintiendo que su sangre le entraba a oleadas en la boca, hasta producirle la más dulce y enamorada de las asfixias.
Otra noche, el sueño le llevaba por el mar, y él la veía distante y desnuda bajo una enorme luna voraz, batida por las olas. Luchaba Mario con las barbas del mar encrespado, atraído por su voz lejana y dulcísima, hasta que al llegar a ella no encontraba en su horror sino una roca negra, a la que irremisiblemente iba a estrellarse.»





ilustraciones: THE LEFT HAND