lunes, 1 de julio de 2013

CONTRASTES




"Como mantequilla": cierto personaje sartriano definía así, entre gozosos e ilusionados pálpitos prostáticos anhelantes de belleza brekeriana, la entrada del ejército alemán por los Campos Elíseos (cada pálpito acompasado al paso de la oca del hitleriano enema que iba saturando el esfínter parisién).

Es muy distinta la reacción del ruso medio ante la llegada de esos mismos ejércitos a su tierra no muchos años después. Tal vez la muy diferente percepción de rusos y franceses (éstos, decadentes, libertinos, civilizados, tan postmodernos en sus dejaciones y fantasías -en su constante desprecio de lo real- asumiendo al invasor como lúbrico enema; los infrahombres eslavos, en cambio, bárbaros, primitivos, apegados a la preocupación y a la tragedia como rutina existencial -esto es, a la felicidad como acontecimiento, como milagro, que es como mejor se degusta la felicidad-, tremendamente realistas en cuanto a lo que esperar del enemigo a sus puertas, conceptuándolo de modo mucho más atinado como medievo rectal) explique la derrota express (más que derrota, despatarre) del Imperio de las Luces frente al terrible pulso que la URSS ganó en Stalingrado a costa de su propio esfuerzo y su propia sangre, sin ayuda de otros.

Entre la ironía histórica y la mala conciencia (digno oasis de mala conciencia) hoy se mantienen, inasequibles a los farisaicos embates de la corrección política, una plaza y una estación de Metro parisinas con el nombre de STALINGRADO. No es mucho, desde luego, pero menos sería que este nombre desapareciese. Lo mismo algún espíritu transeúnte, al deambular por esos andenes y fijarse en su denominación, se acerca un poco a pensar en consonancia con la presente entrada. Y esa mera reflexión tal vez ya sea algo cara a los años por venir.