lunes, 18 de julio de 2016

HANNIBAL (la serie)


Aun encontrándola blasfema y repelente en su mendacidad y tergiversación de la esencia lecteriana (esencia que se cristaliza y patentiza cuando Thomas Harris transfigura a su intrigante y pedantesco psicoanalista de EL DRAGON ROJO y EL SILENCIO DE LOS CORDEROS en figura sobrehumana al encontrárselo encarnado en la señorial presencia de Anthony Hopkins en la película de Jonathan Demme -como quedará claro en la obra magna de la saga, la novela HANNIBAL, y se remachará en la última narración, la precuela en que se insiste en la figura de Lecter como personaje trágico y ambivalente por su condición de "mutante diabólico", luminoso y oscuro a la vez-), la serie HANNIBAL es interesante como chequeo psíquico del presente establishment occidental: esos rasgos putinianos de Lecter (tan primarios en su ostentoreidad propagandística de vuelta a la guerra fría), la mostrenca arbitrariedad de los crímenes (en contraposición al peculiar pero férreo código del personaje original), la moebiana conexión de "Inteligencia" y terrorismo (tan mossadiana: se nos vienen a la mente las páginas más desasosegadoras de LA CHICA DEL TAMBOR de Le Carré o, en clave menor, esa obra primeriza de Harris, DOMINGO NEGRO, cuyo espíritu contrainsurgente está más presente en la serie HANNIBAL que todas las novelas dedicadas al buen doctor) sólo ¿rescatada? del nihilismo de una Highsmith o del distanciamiento jüngeriano por la mezcla constantiniana de cinismo y fariseísmo que constituye el alicorto vuelo de las justificaciones postmodernas de nuestro tiempo (la omertá/consenso políticamente correcta de asumir el tongo establecido en aras de mantener un bienestar material, incluyendo el de "la buena conciencia" como otra propiedad suntuaria más: la cada vez más escabrosa ligazón entre Will Graham y Lecter en plan papilla/papillot foucaultiana/deleuziana, con las pinceladas mórbidas de otros defensores del sistema como las doctoras Bloom -fagocitando en clave "psiquiátrico/policial" el episodio lésbico de la novela HANNIBAL que se escamotea en la película de Ridley Scott- y Du Maurier -suplantando en clave de transferencia/contraespionaje el amoroso y desestabilizador fatum con que acaba dicho libro-, nos recuerda los amores y desamores de Farrakhan por Obama, muestra extrema del funambulismo del nobel del Pissss basculando freudianamente entre la madre judía y el islamismo aliado de los intereses usacos -aliado hasta cuando los defiende jugando a la némesis de la Gran Manzana y del Dron Hermano-, o la pasión turca y pakistaní -que reduce el Gran Juego de Kypling a su condición exotérica de cuento infantil-, o la muerte de Osama decretada por Obama -retruécano esquizo/fonético que permitió la vuelta de tuerca de la snuff movie del Daesh y la terminal metástasis salafista-, o la recuperación del nazismo ucraniano como aliado contra los eternos infrahombres/supervillanos rusos -sólo aceptables por Occidente en calidad de piel de oso junto a la chimenea, como se vio con la distensión entre el Washington clintoniano y el Moscú dumicida de Yeltsin, mascota torpona de los USA como referente global planetario-). HANNIBAL LA SERIE es un trabajo de pinchadiscos (como lo definió su "creador" Bryan Fuller), donde se alteran y manipulan y tergiversan las pautas originales del autor Thomas Harris y la musa-de-rebote Anthony Hopkins: pero nunca (conste) a capricho sino con una descarada intención antisubversiva y apologética de los titiriteros que nos controlan (la enfermera jefe tiene su corazoncito y el verdadero McMurphy es el objetivo a abatir por las gentes de bien -esa vergonzosa película de Scorsese, SHUTTER ISLAND, tan contemporánea en todos los sentidos de la serie HANNIBAL, sería su complemento ideal, el postre comecocos perfecto, por acabar con una metáfora gastro/gnómica-).






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